Nicolín era un alce muy cuidadoso con sus propios juguetes, vestidos y objetos de uso personal. Se daba maña para ponerlo todo en su sitio, bien ordenadito y limpio.
Sin embargo, las cosas de los demás no le merecían igual respeto. Es más, trataba los juguetes de sus amigos a patada limpia.
- Nicolín, eso que haces está muy mal. Tus juguetes tienen el mismo valor que los de tus compañeros. Por tanto, has de tratarlos de la misma manera - le decía su padre, irritado.
Nicolín no hacía caso y seguía con la misma conducta, en vista de lo cual sus amigos dejaron de prestarle sus cosas. Nicolín, enfurecido, quiso vengarse.
- ¿Qué se habrán creído esos mentecatos? ¡Voy a romper todos sus juguetes, uno por uno! - exclamó, lleno de cólera.
Como lo pensó, lo hizo. Robó los juguetes que encontró y los destrozó, bien pisoteándolos, bien golpeándolos contra las rocas y los troncos de los árboles.
Don Lobo, el guardián del bosque, recibió varias denuncias por este motivo y, sin dudarlo, detuvo a Nicolín y le metió en la cárcel.
Allí ha tenido tiempo nuestro vengativo alce para darse cuenta de que ciertas cosas no se pueden hacer. Al salir de prisión tuvo que pedir perdón a todos sus amigos.
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