Mamá Tigre tenía cinco cachorros, a cada cual más bonito y reluciente. Como eran muy traviesos, ella tenía que estar pendiente de sus hijitos a cada momento.
Un día, sin embargo, se vio obligada a ir a ver a su prima, que estaba enferma de gravedad. Entonces, habló con sus cachorros.
- Tengo que visitar a la prima Tití, pero antes habéis de prometerme que os portaréis bien y haréis honor a la confianza que deposito en vosotros - les dijo, muy seria.
- Vete confiada, mamaíta, que no nos moveremos de donde estamos ahora - le tranquilizó el mayor de sus cachorros.
Pero, tan pronto como ella salió por la puerta, los cinco demonios empezaron a revolverlo todo. Se metieron en la despensa y armaron un barullo tremendo; después, la emprendieron con el resto de la casa. Cuando se les terminó la diversión dentro, dos de ellos, animados de un gran espíritu aventurero, decidieron marcharse de safari.
No habían andado cien metros cuando un águila real se descolgó de los cielos y se dispuso a capturarles. Ambos tigres, muy asustados, se metieron dentro de un paraguas abandonado. El águila, ni corta ni perezosa, se llevó el paraguas, con los dos cachorros dentro, hacia su guarida.
Por fortuna, su vuelo fue interrumpido por los disparos de un cazador. Los dos tigres cayeron desde gran altura. Iban a matarse sin remedio, pero la suerte estaba con ellos, pues cayeron en un charco poco profundo. Atontados por el golpe, salieron del agua y regresaron a casa chorreando y llenos de miedo.
Mamá Tigre estaba en la puerta. Tan pronto les vió les echó la zarpa encima y, tanto les estiró de las orejas, que éstas se hicieron el doble de grandes. Además, estuvieron castigados durante una semana, sin salir de casa. ¡Bien merecido se lo tenían!
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