lunes, 11 de junio de 2012

Los dos tigres



Mamá Tigre tenía cinco cachorros, a cada cual más bonito y reluciente. Como eran muy traviesos, ella tenía que estar pendiente de sus hijitos a cada momento.

Un día, sin embargo, se vio obligada a ir a ver a su prima, que estaba enferma de gravedad. Entonces, habló con sus cachorros.

- Tengo que visitar a la prima Tití, pero antes habéis de prometerme que os portaréis bien y haréis honor a la confianza que deposito en vosotros - les dijo, muy seria.

- Vete confiada, mamaíta, que no nos moveremos de donde estamos ahora - le tranquilizó el mayor de sus cachorros.

Pero, tan pronto como ella salió por la puerta, los cinco demonios empezaron a revolverlo todo. Se metieron en la despensa y armaron un barullo tremendo; después, la emprendieron con el resto de la casa. Cuando se les terminó la diversión dentro, dos de ellos, animados de un gran espíritu aventurero, decidieron marcharse de safari.

No habían andado cien metros cuando un águila real se descolgó de los cielos y se dispuso a capturarles. Ambos tigres, muy asustados, se metieron dentro de un paraguas abandonado. El águila, ni corta ni perezosa, se llevó el paraguas, con los dos cachorros dentro, hacia su guarida.

Por fortuna, su vuelo fue interrumpido por los disparos de un cazador. Los dos tigres cayeron desde gran altura. Iban a matarse sin remedio, pero la suerte estaba con ellos, pues cayeron en un charco poco profundo. Atontados por el golpe, salieron del agua y regresaron a casa chorreando y llenos de miedo.

Mamá Tigre estaba en la puerta. Tan pronto les vió les echó la zarpa encima y, tanto les estiró de las orejas, que éstas se hicieron el doble de grandes. Además, estuvieron castigados durante una semana, sin salir de casa. ¡Bien merecido se lo tenían!

domingo, 10 de junio de 2012

Minina



Minina era una gatita muy bonita. Si hubiéseis visto su pelo largo, blanco y sedoso, os habría gustado acariciarla.

Además, tenía unos ojos grises muy expresivos y su rabo nunca podía estarse quieto. Diríase que intentaba cazar moscas a cada momento, pero no, lo suyo era simple nerviosismo.

Minina tenía un amo muy tolerante y juguetón. ¡Qué feliz era en esa casita tan limpia y acogedora! 

También era una jugadora empedernida. Podía pasarse el día entero haciendo cabriolas, pero, claro está, su amo era un hombre muy ocupado que sólo podía dedicarle unos minutos de su precioso tiempo.

Cuando Minina se quedaba sola en casa notaba que el aburrimiento se apoderaba de ella. ¿Qué hacer? ¡Difícil problema! Se le ocurrió asomarse a la ventana que daba al jardín. Entonces vio a un pajarillo que acudía a posarse en la rama de un manzano.

- ¡Pajarillo, pajarillo! - le llamó Minina, con voz ilusionada.

- ¿Qué quieres, gatita? - respondió éste, con un poco de recelo.

- Quiero jugar contigo, me caes muy simpático - confesó Minina.

- Los pájaros como yo nunca juegan con gatos, pues eso puede traer malas consecuencias. Adiós - respondió el pajarillo con acento cortante. Un instante después alzó el vuelo.

¡Qué desconsolada quedó Minina! Intentó lo mismo con una rana del estanque de su amo, con una bella mariposa que volaba de flor en flor, e incluso con un ratón muy despistado, que se había perdido. ¡Lástima! Ninguno quería jugar con ella.

Por fin, Minina se encontró con el perrito de los vecinos de su amo, y ambos hicieron buenas amistades. Nuestra gatita había sido premiada en sus afanes.

sábado, 9 de junio de 2012

Tagorín



Tagorín era un hermoso tigre de Bengala, a quien le gustaba pasear por las cercanías de las ciudades, especialmente al mediodía, cuando el sol calcinaba con sus rayos la tierra sagrada de Benarés (India).

Tagorín reparó en un viejo hindú, que, sentado en el suelo, sobre una esterilla, tocaba una flauta con exóticos acentos. Ante él, una poderosa cobra se contorneaba en el aire, embrujada por la magia de su música. El espectáculo fascinó a Tagorín, que pensó:

"¡Oh, me encantaría poder hacer lo mismo que este noble anciano! ¡Le preguntaré el secreto de su arte!"

El encantador hindú no tuvo inconveniente en iniciar a Tagorín en los misterios de la flauta mágica. Sus últimas palabras fueron éstas:

- Recuerda que sólo debes interpretar música clásica.

No le fue difícil a Tagorín conseguir una cobra, pero, en cambio, la partitura clásica no aparecía en su casa, por más que revolvía en cajones y armarios. Finalmente, optó por comprar una partitura de música moderna, pensando que daba lo mismo.

Al iniciar, ya delante de la cobra, los primeros compases de música moderna, al son de la flauta, el reptil se arrojó sobre Tagorín y comenzó a rodearle con su cuerpo viscoso, dispuesto a asestarle la mordedura fatal.

En el último momento dio la casualidad de que el viejo hindú pasaba por allí y pudo intervenir con rapidez. Unos sones lentos y melodiosos de su flauta bastaron para que la cobrar se retirase y dejase a Tagorín en libertad. ¡Qué susto tan tremendo había sufrido!

- ¡Tagorín, vuelvo a recordarte que las cobras y serpientes sólo toleran la música clásica! - le amonestó su maestro. Buena nota tomó nuestro simpático tigre de esta advertencia, ¡por la cuenta que le tenía!
 

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